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11-Seres libres

El determinismo y el libre albedrío

 

En pocas palabras, el determinismo afirma que sólo hay un futuro posible. Cada evento es consecuencia de otro evento, y esa cadena de causas y consecuencias hace posible que conociendo el estado exacto del universo en un momento dado podamos predecir cualquier evento futuro. Es complicado refutar esa idea tan simple, a pesar de la gran extrañeza que causa la idea de que a partir del big bang ya se podía predecir la existencia de la película Plan nueve del espacio exterior. La cuestión es que también causa gran extrañeza la idea de que dos universos exactamente iguales puedan desembocar en dos universos futuros diferentes. Pero no me voy a detener mucho en esta cuestión. El determinismo que vamos a analizar en este capítulo es mucho más modesto, un determinismo limitado a la mente.[71] Podríamos llamarlo determinismo mental, y afirmaría lo siguiente: el yo está totalmente determinado por la configuración cerebral, y la configuración cerebral está determinada a su vez por los genes y por el ambiente. Y como dijimos en el apartado “El cerebro y el mundo” del capítulo segundo, consideraremos que el ambiente es un concepto amplio que engloba la educación, la cultura, la sociedad, las drogas, los microorganismos y la climatología, entre muchas otras cosas. ¿Es el determinismo mental cierto o falso? Para mí, es indudable que el yo sólo está determinado por los genes y por el ambiente. ¿Por qué otro factor si no?[72] Pero mucha gente no estaría de acuerdo conmigo. De hecho, esta idea suele generar un fuerte rechazo, y la razón es que parece chocar con la noción de que tomamos libremente nuestras decisiones, lo que se conoce como libre albedrío. Si nuestra mente está determinada por esos factores, no parece haber sitio disponible para la libertad individual. ¿Pero somos realmente libres? ¿En qué consiste exactamente ser libre? ¿Puede ser libre una mente a pesar de que todas sus decisiones estén determinadas?

Es interesante el ejercicio de imaginarse cómo sería una mente en un mundo en el que el determinismo mental fuese falso. La mayoría de la gente que rechaza la idea de que sus decisiones están determinadas no se ha parado a pensar en cómo podría ser una mente que produjese decisiones no determinadas. Para mí, lo contrario de una decisión determinada sería una decisión al azar. Es decir, que las decisiones fuesen el equivalente a lanzar un dado y aceptar el resultado. ¡Desde luego yo no querría esa clase de libertad! Obviamente, la gente que rechaza la idea del determinismo mental no tiene ese escenario en mente, sino que se imaginan a una mente que toma decisiones por sí misma. ¿Pero en base a qué tomaría esa mente sus decisiones? ¿Acaso no la tomaría en base a sus experiencias pasadas, a su configuración cerebral, a sus asociaciones aprendidas, etcétera? ¿Qué diferencia hay, entonces? Es muy difícil imaginarse una mente tal y como la imaginan las personas que rechazan la idea del determinismo mental.

Si el determinismo mental es verdadero, ¿entonces tomamos libremente nuestras decisiones o no? El problema es que no hemos definido exactamente lo que quiere decir “libertad”, y la tarea parece bastante peliaguda. ¿Qué es libertad? Podríamos decir que no somos libres cuando alguien o algo nos obliga a realizar una acción en contra de nuestra voluntad, y somos libres cuando no existe dicha coacción. Si hacemos caso a esta definición, podríamos afirmar que somos libres a pesar de que nuestras decisiones están determinadas, ya que las tomamos sin coacción. Nadie obliga a nadie. ¿Cómo podríamos decir que no somos libres si no hay coacción? En todo momento se está respetando nuestra voluntad, aunque consideremos que se trata de una voluntad determinada. Por lo tanto, podríamos afirmar que poseemos libre albedrío. Pero entonces ¿un reloj que realiza sus operaciones mecánicas sin coacción posee libre albedrío? Desde luego, parece que algo falla en el planteamiento. ¿En qué consiste tener libre albedrío entonces? Quizás la relación existente entre la conciencia y el libre albedrío nos proporcione algunas pistas. Por ejemplo, nos resultaría muy extraña la idea de una computadora sin conciencia pero con libre albedrío. Desde el momento en que considerásemos que una computadora está tomando sus propias decisiones pensaríamos en ella como un yo. Por el contrario, sería posible imaginarnos a un ente con conciencia pero sin libre albedrío. Por ejemplo, pensemos en una hipotética abeja que sintiera los colores pero todas sus decisiones estuvieran gobernadas por sus instintos. ¿Podría ser el libre albedrío una sensación —y por tanto un quale, implicando conciencia— que requiera cierto nivel de inteligencia, la sensación de que el yo está conforme con la decisión que el cerebro ha tomado?[73]

Culpable

 

Bien podría ser el libre albedrío únicamente una sensación, pero es una sensación importante para nosotros. Para empezar, el libre albedrío es en lo que se basa nuestra concepción del bien y del mal. Si un robot de una cadena de montaje decapita a un trabajador, se podría considerar o bien un desafortunado accidente o bien una negligencia del responsable del robot, pero a nadie se le ocurriría meter al robot en la cárcel, ya que se considera que el robot no posee libre albedrío. Incluso en el caso de que a causa de un gato o de un bebé muriera alguien, sólo una civilización bárbara condenaría a ese gato o a ese bebé. A pesar de que ambos tuviesen conciencia, se considera que ninguno de ellos tiene libre albedrío. Un gato o un bebé pueden ser conscientes, pero su capacidad intelectual no les permite distinguir entre el bien y el mal, una idea que parece apoyar la hipótesis de que el libre albedrío es una sensación que requiere cierta inteligencia.

¿Pero los seres humanos conscientes, adultos e inteligentes tienen siempre libre albedrío? Recordemos el caso de Charles Whitman. ¿Sentimos mayor clemencia hacia las terribles acciones de Charles Whitman si consideramos que el tumor le hizo comportarse de esa manera? ¿Si fuésemos miembros de un jurado popular, influiría el tumor en nuestro veredicto? ¿Podríamos afirmar que el tumor afectó su libre albedrío? Pero no sólo el tumor podría explicar su comportamiento. Charles tomaba drogas habitualmente. Y quizás el maltrato en su niñez podría haberle dejado secuelas. ¿Quién es el culpable? ¿Charles, el tumor, las drogas, o su padre maltratador? Según el determinismo mental, nadie es culpable. Las personas actúan en base a la configuración de sus cerebros, siendo la configuración de sus cerebros un producto de sus genes y de su ambiente, y no hay más. Al igual que no podemos elegir la aparición de un tumor, no podemos elegir que la configuración de nuestros cerebros sea la de un asesino. La aparición de la conducta criminal no es más que un triste accidente. Entonces, ¿por qué sentimos odio hacia los criminales, por qué sentimos que son culpables de sus actos? Es muy lógico que sintamos ira hacia los criminales, porque al igual que el miedo ante las serpientes, la ira es una reacción emocional favorecida por la selección natural. Los individuos que reaccionan con ira ante las injusticias tienen menos probabilidades de ser víctimas de futuros abusos. La ira es una emoción muy social, probablemente la base precursora de la justicia. ¿Significa esto que opino que hay que despenalizar la conducta criminal? ¡Nada de eso! Creo que el sistema penal es tristemente necesario. Hay que impedir que los criminales peligrosos puedan volver a delinquir, y además el castigo cumple una función disuasoria y preventiva. A pesar de que el condenado no sea culpable de sus actos, hay que minimizar las probabilidades de que se cometa un crimen.

Revelar el truco elimina la magia

 

Como vimos en el capítulo anterior, la gran mayoría de nuestros procesos mentales se encuentran ocultos, inaccesibles a nuestros yoes. ¿Pero qué pasaría si no fuese así? Imaginemos un experimento en el que pudiéramos observar todos y cada uno de nuestros procesos mentales. Sería un experimento imposible de realizar, puesto que una mente no puede percibir tanta información —el cerebro genera una cantidad de información astronómica en un sólo segundo—, además de que tendríamos que saber interpretar todos esos procesos, un conocimiento como el de nuestra querida amiga Mary la neurocientífica. A pesar de ello, imaginemos que somos así de capaces, y que tenemos el cerebro conectado a una poderosa computadora que es capaz de escanear todos nuestros procesos mentales y mostrárnoslos en un monitor a tiempo real. De esta manera, si estuviésemos decidiendo qué comer, en la pantalla veríamos a bajo nivel como nuestras neuronas se disparan, y a alto nivel como nuestros símbolos se activan, iniciando un largo y complejo discurso.[74]

¿Qué tipo de reacción tendríamos al contemplar nuestra mente desnuda de esta manera? ¿Se desvanecería la sensación de libre albedrío? En este supuesto no habría forma de librarse del determinismo mental. Contemplaríamos con detalle todos los procesos que nos han hecho decidirnos por un plato u otro, y al mismo tiempo veríamos como esos procesos forman parte de una configuración de procesos electroquímicos totalmente determinados desde el primer momento, siendo cada acción resultado de una acción anterior. ¿Cómo se sentiría el lector en un experimento así?

La máquina con libre albedrío

 

¿Pueden las máquinas tomar decisiones? Imaginemos que unos programadores han escrito un software destinado a la gestión urbana. Básicamente, el programa está diseñado para calcular el plan de inversiones integral de una ciudad entera en base a una serie de datos —número de habitantes, mortalidad, natalidad, salud, productividad, etc.— y unos objetivos —una mayor renta per cápita, menor contaminación, menor desempleo, etc.— A modo de prueba, los programadores introducen los datos de su propia ciudad en la computadora y descubren con sorpresa que el software les proporciona un plan de inversiones fabuloso que aumenta la renta per cápita espectacularmente. Pero la alegría les dura poco. Después de analizar detenidamente el plan se percatan de que el programa lo que ha hecho es cortar el gasto en medicinas, con el fin de conseguir un aumento en la mortalidad de los ancianos y así generar un enorme ahorro en pensiones y sanidad. ¡Horror! Los programadores se olvidaron de incluir el aumento de la esperanza de vida como uno de los objetivos.

Aquí la pregunta es: ¿quién decidió la muerte —por suerte virtual— de miles de ancianos? ¿Los programadores o la computadora? Por un lado, está claro que los programadores no fueron, ellos simplemente se limitaron a escribir el programa y a introducir los datos. Por otro lado, la computadora no posee libre albedrío, así que en realidad no tomó una decisión real, sino que se limitó a dar una respuesta en base a unos procesos y unos datos. ¿Pero acaso no hacemos lo mismo cuando tomamos una decisión? ¿Acaso no decidimos en base a unos procesos y unos datos? En el apartado “Las computadoras son estúpidas” del capítulo séptimo dijimos que mucha gente piensa que las computadoras son estúpidas porque sólo se limitan a seguir órdenes. Pero seguir órdenes puede ser un asunto más complejo de lo que parece. Una orden puede ser directa y simple, pero también puede ser indirecta, tan indirecta que puede proporcionar resultados capaces de sorprender incluso a la propia persona que da las órdenes. Cuanto más indirectas y complejas son las instrucciones, más se parecen las respuestas a decisiones libres. Pensemos en una red neuronal artificial muy sofisticada sorprendiendo a sus propios creadores. Ya vimos que las redes neuronales artificiales están diseñadas no para recibir órdenes directas, sino para ser ajustadas por sí mismas en base a una muestra de datos y así poder resolver los problemas no en base a las instrucciones del programador, sino en base a sus propios ajustes. ¿Son las redes neuronales artificiales capaces de tomar sus propias decisiones? ¿Y nosotros?

Notas

 

[71] Si el lector está interesado en la versión no modesta, le recomiendo el libro La evolución de la libertad de Daniel Dennett. Ahí puede encontrar una descripción de una de las más curiosas creaciones del ser humano: El juego de la vida de John Conway.

 

[72] ¿Podría estar el yo determinado en parte por sí mismo? Nosotros podemos influir en nuestro ambiente. Por ejemplo, podemos decidir mudarnos a Londres. Así que alguien podría pensar que si el yo depende del ambiente y nosotros podemos influir en el ambiente, el yo no está realmente determinado. ¿Pero de dónde procedió la decisión de mudarse a Londres? Procedió de un yo determinado por los genes y el ambiente. Y si alguien insiste tozudamente en que ese ambiente anterior estuvo condicionado por una decisión anterior, podríamos retroceder pacientemente hasta la primera decisión que el individuo tomó, determinada por los genes y el ambiente, y ya sin posibilidad de que ese ambiente estuviera condicionado por una decisión anterior.

 

[73] Obviamente se trataría de una ilusión: el yo siempre estará de acuerdo con la decisión que tome el cerebro, ya que el yo surge del cerebro.

 

[74] Según nuestras hipótesis, ese largo discurso estaría formado por montones de símbolos correspondientes a recetas y los símbolos asociados a ellas, siendo muchos de los símbolos asociados relativos a emociones, los que aportarían la mayor carga subjetiva a la decisión. Por ejemplo, el símbolo “sushi” estaría asociado a los símbolos “bueno” y “sano”, que a su vez estarían asociados a símbolos correspondientes a emociones positivas. Por otra parte, el símbolo “ensalada” estaría asociado a símbolos como “aburrido” y “poco sabroso”, que a su vez estarían asociados a símbolos correspondientes a emociones negativas, pero también estaría asociado a símbolos como “sano” y “adelgazar”, que a su vez estarían asociados a símbolos correspondientes a emociones positivas. Teniendo en cuenta el balance de asociaciones positivas y negativas y la intensidad de dichas asociaciones, un símbolo resultaría elegido. Por supuesto, esta sólo es una simplificación y una posibilidad de tantas, pudiera ser que la red de símbolos funcionase de una manera distinta.

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