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6- Las hipótesis

El futuro del Problema Duro

 

¿Podremos algún día solucionar el Problema Duro? ¿Qué disciplina sería la más adecuada para lograrlo? Por un lado, la informática es una joven ciencia que no ha parado de crecer desde su nacimiento, aportando IAs prodigiosas capaces de realizar cosas que nadie se hubiera imaginado hace algunas décadas, como por ejemplo ganar a los mejores jugadores de go o de ajedrez. ¿Será posible que la informática nos sorprenda con una IA consciente antes de que nos lo imaginemos? Por otro lado, el progreso que ha experimentado la neurociencia en estos últimos años es realmente prometedor, y yo personalmente apostaría por ella como candidata a resolver el Problema Duro. Si la neurociencia sigue progresando a este ritmo podría ser que algún día se consiguiera entender la forma exacta en que computa el cerebro a nivel software, lo que hemos llamado el nivel bajo del cerebro. En ese punto incluso podría nacer una nueva ciencia, algo así como una informática aplicada al cerebro, quizás llegando a desarrollar programadores cerebrales y comprendiendo la mente en su totalidad más absoluta. De hecho, ya se está intentando obtener el mapa completo de las conexiones neuronales humanas, lo que se conoce como conectoma humano. Quiero suponer que si lográramos comprender el cerebro completamente a ese nivel, el Problema Duro se desvanecería. En eso discrepo de algunos filósofos que opinan que el Problema Duro jamás se podrá abordar de forma científica. Es desde luego un punto de vista desalentador, ya que no me imagino otra forma posible de resolverlo.

Pensar en el futuro puede ser apasionante, pero la realidad es que de momento no hemos tenido suerte con el problema de la conciencia. El Problema Duro es un reto vigente con pocos visos de resolverse a corto plazo. Se han ocupado de él filósofos, matemáticos, físicos, informáticos, biólogos, psicólogos y médicos, siendo los resultados más abundantes en miradas perplejas que en conclusiones. Han sido muchas las brillantes mentes cautivadas por el Problema Duro, y este capítulo es un compendio de sus aportaciones, asignando cada apartado a una visión en concreto. De entre las aportaciones habrá algunas mucho más interesantes que otras, pero ya adelanto que ninguna satisfará por completo al lector.

El alma ataca de nuevo

 

Quizás algún lector haya pensado: “¿No es el Problema Mente-Cuerpo sobre el que trató el capítulo segundo muy parecido al Problema Duro?” Ciertamente son parecidos, pero tienen matices diferentes. En el capítulo anterior hablé del “pequeño abismo” y del “gran abismo”: el pequeño abismo, por si no fui lo suficientemente claro, se refiere a la dificultad que existe para explicar como un pensamiento puede surgir de una máquina, mientras que el gran abismo se refiere a la dificultad que existe para explicar como una conciencia puede surgir de una máquina. Básicamente la diferencia entre el Problema Mente-Cuerpo y el Problema Duro es que el primero se dedica a los dos abismos y el segundo sólo al gran abismo. Se podría decir entonces que el Problema Duro consiste en destilar la parte más interesante y difícil del Problema Mente-Cuerpo y obtener un concentrado. Recordemos la cita de Nagel: "Sin la conciencia, el Problema Mente-Cuerpo se convierte en poco interesante. Con la conciencia, el Problema Mente-Cuerpo se convierte en inabordable." Esa dificultad es la que causa que surjan hipótesis desesperadas como las que recurren al alma. En la época en que el Problema Mente-Cuerpo fue formulado no existían computadoras, y la idea de un objeto pensante era misteriosa, tan misteriosa que era tentador recurrir a lo sobrenatural. Ahora las cosas son diferentes. Si preguntamos a un ciudadano anónimo que tenga conocimientos básicos en informática y neurología sobre el Problema Mente-Cuerpo quizá no se quede tan perplejo como un filósofo de la Antigua Grecia. Posiblemente pensará que el cerebro es como una computadora, y que la mente proviene del cerebro de la misma manera que el software proviene del hardware. No tiene sentido que ese ciudadano anónimo recurra al alma teniendo a mano una explicación científica mínimamente creíble. Pero ahora bien, si le exponemos el Problema Duro y logra entender sus implicaciones, quizá se quede tan perplejo como lo estaban los antiguos griegos y se sienta tentado de recurrir a lo sobrenatural. Así que, en cierto modo, el Problema Duro ha hecho que el alma que nos atacó en el capítulo segundo vuelva a interponerse en nuestro camino.

 

Y como era de esperar, mi opinión es que ninguna de las hipótesis sobre el Problema Duro basadas en el alma merece la pena. Como dije en el capítulo segundo, todas las hipótesis que remiten a lo oculto no explican nada, no aportan nada más que un punto muerto. Vamos sólo a mencionar una de ellas, el panpsiquismo, una hipótesis que si bien no remite al alma directamente, comparte el mismo talante misterioso y falto de poder explicativo. En una sola frase, el panpsiquismo afirma que todo objeto tiene conciencia. Se trata de una antigua idea que aún perdura en nuestros días, defendida por filósofos como David Chalmers. Chalmers cree que la conciencia es una propiedad fundamental de la materia, y por lo tanto aparece incluso en partículas subatómicas. Para Chalmers todo es consciente, desde un átomo, un zapato, un mineral o una nube, siendo los entes complejos más conscientes que los simples. De esta manera, una roca tendría una conciencia cercana a cero pero no nula, un termostato una conciencia pequeña, una pascalina una conciencia mayor y un ser humano una conciencia mucho mayor, si le he entendido bien. Chalmers es consciente de lo ridícula que suena esa hipótesis y se excusa diciendo que ha pensado tanto en respuestas ordinarias que sólo le quedan soluciones extrañas como esta. Si el lector se fija, notará que esta hipótesis tiene la particularidad de oponerse totalmente a la idea de la conciencia como fenómeno emergente, y es ese el motivo de que seduzca a algunos, ya que tiene la ventaja de librarse de los problemas que los fenómenos emergentes conllevan.[28] Sin embargo, las implicaciones son demasiado extrañas. Lo siento por Chalmers, pero no puedo tomarme en serio la idea de un termostato consciente. Y aunque lo hiciera, no sé como eso podría acercarme a una solución del Problema Duro.

La conciencia como ilusión

 

Después de tanto pensar sobre el Problema Duro, resulta que todo no era más que un complicado juego de manos, un truco de prestidigitador. No hay conciencia: tan solo hay un engaño, una ilusión provocada por los complicados procesos del cerebro. Esta provocativa hipótesis se denomina materialismo eliminativo, y es muy interesante de considerar. La conciencia es extraña, complicada e invisible... ¿y si prescindimos de ella? Hace siglos, los científicos recurrieron a sustancias invisibles como el flogisto y el éter para encontrar una explicación a las propiedades del calor y de la luz. Ambas explicaciones resultaron erradas, y finalmente el éter y el flogisto fueron alegremente desterrados de la física. ¿Será la conciencia un caso similar? ¿Acaso hemos creado un problema de la nada? ¿Estamos perdiendo el tiempo elaborando teorías artificiosas que apenas podemos encajar con nuestra realidad? ¿Es la eliminación de la conciencia la solución más elegante al Problema Duro?

 

Salta a la vista que esta hipótesis tiene el gran inconveniente de que nosotros nos sentimos conscientes, y ese es un hecho enormemente difícil de negar. Al contrario que el éter y el flogisto, la conciencia es algo que experimentamos en nuestras carnes, no algo ajeno a nosotros. Ante esa réplica, los defensores de esta hipótesis dirían que la conciencia es algo muy poco definido, siendo un atrevimiento propio de ignorantes asegurar que tenemos algo que ni siquiera comprendemos. ¿Qué sentimos exactamente? ¿Seguro que sentimos algo? ¿Cómo podemos afirmar que sentimos algo si ni siquiera podemos explicar lo que es?[29] Esas complicadas preguntas son prácticamente equivalentes al Problema Duro, por lo que no vamos a conseguir responderlas. Pero podemos replicar argumentando que, aún en el caso de que la conciencia sólo fuese una ilusión, esa ilusión sería tan especial, mágica y potente que constituiría un reto similar al Problema Duro. Da igual si lo llamamos “conciencia” o “ilusión de conciencia”: seguiría siendo en todo caso algo fascinante. ¿Es tan diferente una hipótesis que afirma que la conciencia es un fenómeno procedente de un proceso computacional de una hipótesis que afirma que la conciencia es una ilusión procedente de un proceso computacional?

Hagamos una pausa en el debate y parémonos a pensar en cómo ve el mundo un partidario de la hipótesis de la conciencia como ilusión. Un mundo donde nadie tiene conciencia pero al margen de ese detalle es exactamente igual que el nuestro: un mundo zombi, en la jerga de la filosofía de la mente. El primer paso será imaginar a todos los humanos salvo a nosotros mismos sin conciencia. Lo primero que nos puede venir a la mente es un escenario similar al de la película La invasión de los ladrones de cuerpos, donde la humanidad es reemplazada sigilosamente por alienígenas desprovistos de sentimientos, siendo toda manifestación de alguna emoción por parte de ellos una simple simulación con el fin de no ser detectados. Sin embargo, ese escenario no ilustraría demasiado bien la idea. Al contrario que los alienígenas de la película, los zombis no pretenderían engañar a nadie. Sus comportamientos, al igual que los nuestros, serían espontáneos y estarían guiados por las leyes de la selección natural. Llorarían, reirían y se retorcerían de dolor por los mismos motivos que nosotros. Sus caras de alegría serían como las nuestras. Recordemos que todas las emociones humanas tienen una función evolutiva, así que basta y sobra con las leyes de la selección natural para explicar el comportamiento de los zombis. Está claro que nos resulta muy extraña la idea de que un ser humano ponga cara de asco ante un huevo podrido sin sentir absolutamente nada por dentro, pero de cara a la supervivencia sería igualmente válido. Es decir, que las emociones no necesitan tener una experiencia subjetiva asociada para que cumplan su cometido. De hecho, la conciencia no parece tener ninguna función evolutiva. Podemos imaginar a pulpos con conciencia y pulpos sin conciencia, y ambos tipos de pulpos en principio tendrían las mismas probabilidades de propagar sus genes. Y antes de acabar este ejercicio, un último detalle: los zombis afirmarían[30] ser conscientes, pero no lo serían en absoluto. ¿Cómo podríamos explicar esa extraña afirmación? Un partidario del materialismo eliminativo podría argumentar que los zombis son víctimas de una ilusión, una ilusión que les haría afirmar ser conscientes sin serlo.

Podemos concluir que el primer paso es algo complicado de concebir pero es verosímil y posible. Pero ahora viene el enormemente difícil segundo paso: imaginar que nosotros mismos también somos zombis. A pesar de que afirmáramos ser conscientes, estar alegres, experimentar el rojo o sentir el olor de las naranjas, en realidad no experimentaríamos ninguno de esos fenómenos mentales, y al igual que el resto de los zombis, esas afirmaciones sólo serían un producto de nuestro diseño cerebral modelado por las leyes de la selección natural. ¿Pero cómo es posible aceptar que uno mismo es un zombi a pesar de las experiencias conscientes que está sintiendo en ese momento? ¿Cómo es posible negar la existencia de la propia alegría, tristeza o dolor? ¿Cómo es posible negar que estamos experimentando sensaciones?

Como se puede ver, esta hipótesis es algo retorcida. ¿De qué manera podría surgir el concepto de conciencia en un mundo sin conciencia? Si la sensación de dolor es tan sólo una ilusión, ¿eso significa que provocar dolor a un ser humano no implicaría ningún problema ético? ¿Tampoco nos debería importar el dolor propio? ¿Qué siente un partidario del materialismo eliminativo cuando se le cae un jarrón en el pie? ¿Sería capaz de afirmar que su sufrimiento no es real, que su dolor es una ilusión? Tener que negar las propias experiencias subjetivas es un obstáculo formidable para aceptar la hipótesis del materialismo eliminativo. Un yo puede dudar de muchas cosas, hasta el punto de no estar seguro de si su realidad no es más que un sueño, pero difícilmente dudará de un hecho elemental: el de estar consciente en ese mismo momento. ¡Se ve que algunos ni siquiera están dispuestos a conceder esa única certeza a ese pobre yo[31]!

La conciencia como proceso computacional

 

¿La conciencia es un estado mental estático o dinámico? ¿Podríamos dejar de tener actividad mental y sin embargo seguir siendo conscientes? La sensación es que la conciencia requiere una actividad mental constante, apareciendo sólo en el momento en que brotan los pensamientos, como un fuego que necesita ser alimentado sin descanso. Los pensamientos están tan ligados a la conciencia que incluso se podría decir que la conciencia es una propiedad que se refiere exclusivamente a los pensamientos, y la expresión “soy consciente” se podría traducir por “produzco pensamientos conscientes en este momento”, ¡o incluso por “soy un pensamiento consciente”! Sentimos que son los pensamientos lo que construye nuestra conciencia y la llena de contenido. Si pensamos en rosas, nuestro yo estará lleno de rosas y todo nuestro universo serán esas rosas. Por el contrario, lo que no pasa por nuestra mente no existe para nosotros, y no produce experiencia. Los qualia no son entidades independientes de los procesos mentales. No podemos sentir el rojo sin pensar en el rojo. ¿Acaso podría ser de otra manera? ¿Podría un yo experimentar una sensación sin ningún tipo de proceso mental?[32] Todas las experiencias subjetivas como percepciones, emociones, sensaciones o creencias vienen acompañadas de cierta información, información que siempre es interpretada por algún sistema capaz de procesarla. Uno de los muchos problemas que tienen hipótesis como el panpsiquismo o la existencia del alma es que no explican esta correspondencia tan evidente entre pensamiento y conciencia.

 

¿Y si la conciencia es un pensamiento, qué clase de pensamiento es? ¿Es posible que algún día un genio informático nos diga que ha elaborado un enorme y fabuloso software que otorga conciencia a la computadora que lo ejecuta? La hipótesis de la conciencia como procesado de información defiende ese alucinante escenario. Ahora mismo es una posibilidad difícil de creer, pero la ciencia nos ha sorprendido numerosas veces a lo largo de la historia con hazañas que parecían increíbles en el pasado. En mi opinión, es la hipótesis más prometedora de todas. Es cierto que tampoco explica como surge la conciencia, pero a cambio nos proporciona un camino a seguir. Si seguimos investigando sobre el cerebro y aprendiendo sus procesos neuronales, es posible que algún día el Problema Duro empiece a desvelar sus misterios. Hablaré largo y tendido de esta hipótesis más adelante.

La hipótesis de la supermáquina de Turing

 

A mucha gente le parece razonable la hipótesis de la conciencia como proceso computacional, pero no aceptan la posibilidad de una máquina de Turing consciente. La única manera de compatibilizar estas dos ideas consiste en rechazar la Tesis Church-Turing, afirmando que la conciencia no es computable por una máquina de Turing y por tanto considerando al cerebro humano como una supermáquina de Turing. Es decir, el cerebro obtendría su conciencia computando información, pero de una manera especial, una manera extraordinaria fuera del alcance de una computadora convencional.

¿Pero cómo podría el cerebro superar a una máquina de Turing? No hay elementos extraños o fuera de lo común en el cerebro que hagan sospechar de un sistema de computación extraordinario. Conocemos lo suficiente sobre neurociencia como para poder afirmar que el funcionamiento de las redes neuronales es totalmente compatible con la Tesis Church-Turing. Por si fuera poco, la Tesis Church-Turing es muy convincente por sí misma, tanto como para que la hipótesis de este apartado no me convenza en absoluto. Ningún extraño hardware fantasioso que podamos imaginar —bucles, procesos en paralelo, mecanismos con retroalimentación, combinaciones con varios hardwares, sustancias especiales, productos químicos complejos, nanoestructuras, ADN, fenómenos cuánticos, etcétera— ha conseguido poner en duda la Tesis Church-Turing.

 

Searle es uno de los proponentes de esta hipótesis. Yo creo que Searle es precisamente el tipo de filósofo al que va dirigido el relato Están hechos de carne de Terry Bisson que mencioné en el capítulo anterior. Searle se resiste a creer en algo consciente que no esté hecho de carne, y eso se manifiesta claramente en las palabras que escoge, por ejemplo llamando a su hipótesis naturalismo biológico. Para Searle la conciencia es algo biológico, y si alguien demostrara que es posible crear una supermáquina de Turing con cables estoy casi seguro de que Searle diría que el cerebro humano es entonces una supersupermáquina de Turing, con el fin de vetar la conciencia a entes que no estén hechos de carne.

Pero Searle no es el único con hipótesis que se agarran a la existencia de la supermáquina de Turing. El matemático Roger Penrose cree que la manera que tiene el cerebro humano de superar a la máquina de Turing es mediante computación cuántica. Gracias al anestesiólogo Stuart Hameroff ha identificado esos supuestos computadores cuánticos orgánicos en unas estructuras microscópicas de la célula llamadas microtúbulos. Esta hipótesis ha recibido un merecido rechazo por parte de casi toda la comunidad científica. Para empezar, no hay ningún tipo de evidencia que sugiera que la computación cuántica pueda superar a la computación de una máquina de Turing. Y por si fuera poco, esta idea no es en absoluto compatible con lo que nos dice la neurociencia moderna, que localiza los fenómenos mentales en los procesos neuronales, procesos en que los microtúbulos no parecen tener ningún tipo de influencia en absoluto. Para mí la hipótesis de Penrose es un triste ejemplo de los múltiples abusos que ha sufrido la física cuántica por parte de la pseudociencia de tipo new age. No puedo explicarme cómo es posible que alguien tan brillante y con una inteligencia tan elevada como Roger Penrose pueda creer en esta hipótesis.

Notas

 

[28] Uno de sus argumentos recuerda un poco a la paradoja sorites —¿En qué momento un montón de arena deja de ser un montón, si vamos quitando granos?—. Chalmers argumenta que si un conjunto de cinco neuronas no puede ser consciente pero un conjunto de miles de millones sí, eso implica que existe un número mínimo concreto de neuronas que permita la conciencia. Chalmers siente que la existencia de ese número mínimo tiene algo de absurdo, y por lo tanto no cree en la conciencia como fenómeno emergente. Por el contrario, a mí lo que me parece absurdo es la idea de un termostato consciente, y no veo ningún problema en afirmar que la conciencia en el cerebro pueda ser una propiedad que necesite un número mínimo de neuronas. Voy a justificarme usando el ejemplo de un software capaz de jugar al ajedrez. Un software capaz de jugar al ajedrez necesita un mínimo de complejidad, aunque sea para simplemente contener las reglas del juego. Por lo tanto, es imposible que un software que sepa jugar al ajedrez quepa en 8 bits de información, por decir un número pequeño. Si una máquina necesita un mínimo de complejidad para poder jugar a ajedrez, un cerebro también podría necesitar un mínimo de complejidad para poder ser consciente.

[29] Otra manera de decirlo es que los partidarios del materialismo eliminativo suelen insistir en que la psicología popular —conjunto de creencias informales sobre psicología compartidas por la sociedad— y la ilusión de la introspección —la falsa creencia de que se tiene un acceso directo y fiable a los propios estados mentales— han creado un enorme conjunto de creencias falsas y erróneas sobre la conciencia, por lo que el argumento “la conciencia existe porque yo me siento consciente” no es fiable.

[30] Note el lector que he contenido el impulso de escribir “los zombis creerían ser conscientes”, ya que es una expresión bien extraña aplicada a seres sin conciencia. ¿Se puede creer en algo sin ser consciente?

[31] A pesar de lo que pueda parecer, no rechazo totalmente el materialismo eliminativo, hipótesis que incluso a ratos encuentro muy seductora. Numerosos científicos y filósofos agudos y sensatos la apoyan, como por ejemplo Daniel Dennett, quizás el pensador más importante sobre el tema de la conciencia en la actualidad. Recomiendo al lector su libro La conciencia explicada donde encontrará citas tan interesantes como “Sólo una teoría que explicara acontecimientos conscientes en términos de acontecimientos inconscientes podría aspirar a explicar la conciencia.” Siempre es un placer leer a Dennett, aunque no esté de acuerdo con todas sus ideas.

[32] ¿Y si las rocas son conscientes pero precisamente por carecer de mente no son capaces de manifestar esa propiedad de ninguna manera? Es una idea curiosa, aunque demasiado extraña. Las experiencias subjetivas parecen requerir cierta elaboración mental.

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