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13-Bestiario

El zombi

 

Este último capítulo tratará sobre los seres que pueblan las fantasías y los experimentos mentales de los filósofos de la mente, paseándonos en terrenos propios de la ciencia ficción y dando rienda suelta a nuestra imaginación. Cada apartado tratará acerca de una bestia en particular. Empezaremos por una que ya ha salido varias veces en este libro, el zombi.

Ya sabemos que cuando un filósofo de la mente habla de un zombi no está pensando en los entrañables monstruos que devoran cerebros en las películas de terror, sino en un ser de apariencia y conducta humanas pero carente de conciencia, una persona sin qualia. Imaginemos ahora un mundo zombi, en donde todos los seres vivos carecen de conciencia, con humanos zombis, delfines zombis y perros zombis. Se trataría de un mundo sin yoes, sin conciencia, sin experiencias. En cierto modo sería un mundo sin observadores reales, un mundo muerto, un mundo robot. ¿Qué pasaría si alguien nos arrojara a ese mundo zombi, estando nosotros al tanto de ese hecho? ¿Nos sentiríamos solos? ¿Seríamos incapaces de establecer lazos afectivos con amigos zombis? ¿O acaso nos daría exactamente igual al ser una diferencia inapreciable en el plano físico? Al fin y al cabo, la conciencia es algo privado que sólo influye en las sensaciones propias, sin ninguna repercusión de cara al exterior. ¿O no es así? Imaginemos que un zombi es invitado a participar en un debate filosófico sobre el problema de la conciencia. ¿Sería ese zombi capaz de hablar sobre experiencias subjetivas, algo de lo que él carece? Lo esperable sería que le resultara bastante complicado. ¿Pero no habíamos supuesto que la conciencia es algo privado que no repercute en el mundo exterior? ¿No habíamos dicho que un zombi es indistinguible de un ser humano corriente?

Vamos a definir dos tipos de zombis. El primero es el zombi neurológico. Un zombi neurológico es un ser con apariencia, conducta y cerebro totalmente humanos pero carente de conciencia. El segundo es el zombi conductual. Un zombi conductual es un ser con apariencia y conducta totalmente humanos, pero carente de conciencia. La diferencia está en en que el zombi neurológico posee un cerebro humano ordinario y el zombi conductual no. Por ejemplo, el zombi conductual podría carecer de la hipotética región cerebral encargada de la conciencia, o de algún hipotético neurotransmisor esencial para producir los correlatos neuronales de la conciencia. La distinción es importante porque las implicaciones son muy distintas. En concreto, la existencia de un zombi neurológico implicaría que la conciencia no es algo físico, pues si dos cerebros físicamente iguales pueden poseer grados de conciencia diferentes eso necesariamente implicaría que la conciencia no depende de la naturaleza física —o como diría un filósofo de la mente, eso probaría que la conciencia no superviene de lo físico[76]—. Dicho de otra manera, las personas que creen en el alma podrían aceptar la existencia de los dos tipos de zombis, mientras que las personas que creen que la conciencia es un fenómeno físico sólo podrían aceptar la existencia de zombis conductuales.

El marciano

 

El marciano es un pariente lejano del zombi.[77] Si el zombi carece de qualia, el marciano los tiene trastocados. Al ver el color amarillo, el marciano experimenta el color azul. Al comer pastel de queso, el marciano siente el sabor de las coles de bruselas. Y al igual que en el caso de los zombis, también podemos distinguir entre marcianos conductuales y marcianos neurológicos. ¿Podría existir un marciano neurológico? Daniel Dennet, en el artículo ya mencionado Quineando los qualia, se imagina a una persona que se despierta con la sensación de ser un marciano. Por ejemplo, los plátanos le parecen azules en lugar de amarillos. El pobre desgraciado se entera de que un cirujano loco le ha operado mientras dormía, así que asume que le ha trastocado sus qualia. Pero el cirujano loco le dice que esa sólo es una de las posibilidades. La otra es que le haya introducido falsos recuerdos, haciéndole creer que durante toda su vida ha visto los plátanos de color azul y los arándanos de color amarillo, llamando “azul” al color amarillo y viceversa. Y como el cirujano loco no le quiere decir cuál de las dos operaciones ha realizado, la víctima no puede saber si es realmente un marciano o no. Con este argumento Dennett nos intenta decir que las propiedades de los qualia son menos sólidas de lo que parecen, pues si un día sentimos que nuestros qualia han sido trastocados no podríamos asegurar si efectivamente es así o bien ha sido un insólito error de nuestra memoria.

El cerebro en una cubeta

 

El cerebro en una cubeta siempre estará asociado al nombre de Descartes. La razón es que es la versión moderna de un escenario que describió para ilustrar un argumento que expone en la primera de sus Meditaciones. El argumento es el siguiente: todo el conocimiento del mundo que poseemos nos llega en forma de sensaciones captadas por nuestros sentidos, y como nuestros sentidos pueden no ser fiables, no podemos confirmar que nuestro conocimiento acerca del mundo sea correcto. Y para ilustrar ese argumento, Descartes se imaginó a un genio maligno que le hacía percibir cosas que no eran ciertas, confundiendo sus sentidos. La versión moderna de ese escenario es algo más sofisticada. En el escenario moderno, un científico maligno mantiene con vida a un cerebro humano flotando en una cubeta, conectado a unos cables que estimulan las regiones de la corteza cerebral correspondientes a los sentidos. Paralelamente, una computadora se encarga de elaborar todo un universo virtual para ese cerebro de tal forma que los estímulos proporcionados por los cables sean capaces de hacer creer al yo del cerebro en la cubeta que está experimentando el mundo real. De esta manera, la víctima de ese científico maligno podría pensar que se encuentra jugando al tenis, charlando con un amigo, comiendo melocotones o subiendo una montaña cuando en realidad está en una triste cubeta conectada a una computadora. Esta versión moderna de la pesadilla que Descartes se imaginó hace siglos le resultará familiar a todo el mundo que haya visto la película Matrix.

¿Es posible que seamos un cerebro en una cubeta? ¿Sería posible averiguarlo? Se nos podría ocurrir un truco ingenioso. A pesar de que la mente proceda del cerebro, el resto de nuestro cuerpo también interviene en nuestros estados mentales. Por ejemplo, cada vez que sentimos miedo nuestras tripas se mueven, nuestra piel suda y nuestros músculos se tensan. Nuestro cerebro percibe esa especie de paisaje corporal emocional y esa percepción repercute en nuestro estado mental, haciendo que percibamos la emoción como más intensa.[78] Así que si un día notamos que todas nuestras emociones están extrañamente atenuadas, eso podría significar que han extraído el cerebro de nuestro cuerpo y lo han colocado en una cubeta —aunque sería una de las explicaciones menos probables—. Pero lamentablemente ese razonamiento tiene un gran fallo. Si un científico malvado ha construido todo un universo virtual para confundir nuestra mente, ¿por qué no iba a ser capaz ese científico de construir asimismo un paisaje corporal emocional virtual? ¡No hay escapatoria!

Pero el cerebro en una cubeta no es sólo una pesadilla basada en la posibilidad de que nuestra percepciones estén manipuladas. La idea profunda que se desprende de este escenario es que nuestra mente no sólo es un mecanismo capaz de percibir el mundo: es todo nuestro mundo. Todas las personas que conocemos, todos los acontecimientos que presenciamos y todos los caminos por los que pasamos están ahí, en forma de experiencias conscientes. Por el contrario, todo lo que no está en nuestra mente no existe para nosotros, es una realidad ajena. Nuestro mundo interior es en realidad el único mundo que tenemos.

El cyborg

 

Un cyborg es un ser humano cuyo cuerpo contiene partes artificiales. El término es muy propio de la ciencia ficción, en donde los cyborgs suelen parecerse más a robots que a humanos, como en la película Robocop. Si bien esa es la imagen de un cyborg que casi todo el mundo posee, según nuestra definición también serían cyborgs las personas que llevan puesto un marcapasos o un implante coclear, y hasta nos podríamos plantear el caso de las personas que usan gafas. No obstante, el tipo de cyborg que hemos tratado más en este libro es el que ha modificado su cerebro, o bien mediante la adición de partes artificiales o bien mediante la sustitución de partes biológicas por partes artificiales. ¿De qué manera podrían afectar al yo estos cambios? ¿El efecto de manipular las regiones encargadas de la percepción es comparable al efecto de manipular las regiones encargadas del control de impulsos? ¿La sustitución es necesariamente más agresiva que la adición? ¿Qué pasaría si sustituyéramos de forma gradual todas nuestras partes biológicas por partes artificiales?[79]

Imaginemos que en el futuro uno pudiera poseer un cerebro cyborg con la capacidad de relajarse a voluntad. En ese futuro no habría necesidad de fármacos o de técnicas de relajación, simplemente uno apretaría un botón y el yo se relajaría. O mejor aún, bastaría con desearlo. El cerebro cyborg detectaría ese deseo y automáticamente lo cumpliría. También podríamos imaginarnos un cerebro cyborg con la capacidad de dormirse, concentrarse, alucinar, olvidar, modificar el carácter, suprimir el miedo, sentir un orgasmo o ser feliz a voluntad. ¿Cómo sería nuestra vida si pudiéramos ser felices con tan solo desearlo? ¿Qué importancia tendría entonces para nosotros leer, jugar, divertirse o charlar con los amigos? ¿Acaso elegiríamos pasar nuestro tiempo de ocio tumbados en una habitación, con la mirada fija en el techo, mientras nuestro cerebro cyborg se ocupa de nuestra felicidad plena? ¿Realmente querríamos una facultad semejante?

La conciencia artificial

 

¿Algún día se creará conciencia en una computadora? Esa es una idea con la que hemos especulado bastante a lo largo de este libro, por ejemplo considerando la posibilidad de que un experto en inteligencia artificial logre programar un software capaz de sentir. Desde luego, eso sería una proeza intelectual y tecnológica. ¿Pero cómo podría ese experto demostrar que ha logrado crear conciencia? La conciencia es algo que en principio no se puede observar ni probar, así que ese experto tendría que realizar una doble proeza para que su trabajo fuese reconocido: crear una conciencia artificial y además encontrar una manera de demostrar que esa conciencia es real. Parece algo difícil, pero si sucediera podríamos confirmar nuestra hipótesis de que la conciencia es un proceso computacional, y es probable que el Problema Duro se resolviera o estuviera próximo a resolverse.

No obstante, ese hito en la historia de la humanidad abriría una puerta peligrosa. Crear conciencia nos colocaría delante de un grave dilema moral. Un ser consciente, artificial o no, es un ser capaz de sufrir y padecer. ¿Cómo gestionaríamos ese problema ético? ¿Otorgaríamos a esa conciencia artificial un cuerpo artificial para que pudiera vivir libremente? ¿La eliminaríamos enseguida para que no pudiera sufrir, lo cual se podría considerar un asesinato? ¿La programaríamos de tal manera que fuese incapaz de sufrir, algo que nos podría recordar al cerebro cyborg siempre feliz? ¿Acabaríamos creando leyes especiales contra el maltrato a las conciencias artificiales?

 

Temo el día en que cualquiera pueda descargar un programa informático para crear yoes y manipularlos a su antojo. Cualquiera podría abusar o torturar a un ser consciente de innumerables formas inimaginables simplemente usando una computadora en la intimidad del hogar. Pocas pesadillas se me antojan más terribles que la de despertarse un día sin cuerpo y estar a merced de un dios malvado capaz de provocar dolores terribles, la más oscura tristeza o el miedo más aterrador, sin poder defenderse y sin el triste consuelo de la muerte.

El cerebro emulado por una computadora

 

Hoy en día es posible conducir un coche sin salir de casa. Una computadora es capaz de simular la conducción, y por medio de un mando podemos controlar un coche virtual. Fijémonos en que tanto la palabra “simular” como la palabra “virtual” nos indican aquí que estamos hablando de imitaciones, puesto que la conducción no es real, es sólo un juego. Pero las simulaciones que realiza una computadora no son sólo juegos. Se pueden realizar simulaciones con fines muy serios, como una simulación de procesos meteorológicos, con el fin de realizar una predicción del clima de los próximos años. Así que las computadoras simulan infinidad de objetos y procesos por numerosos motivos. Prácticamente cualquier cosa que podamos imaginar es susceptible de ser simulada por una computadora. Por ejemplo, una pascalina. Una computadora es perfectamente capaz de generar una pascalina virtual, con sus engranajes y ruedas virtuales. Incluso podríamos usar esa pascalina virtual para realizar una simulación de sus procesos aritméticos, obteniendo los mismos resultados que usando una pascalina real. Detengámonos un momento aquí para releer esa última frase, en concreto la expresión “simulación de sus procesos aritméticos”. Acabamos de decir que la palabra “simular” implica que se trata de una mera imitación. Una conducción simulada no nos va a mover de nuestro sitio, y nadie va a sudar por un aumento simulado de temperatura. ¿Pero los procesos aritméticos que realiza una pascalina virtual son reales o son imitaciones? Una pascalina virtual suma y resta al igual que una pascalina real, por lo que en este caso no parece muy apropiado hablar de simulación. Pensemos que cuando una computadora genera un coche virtual, está claro que la computadora no puede realizar las mismas tareas que un coche de verdad, porque entre otras cosas no tiene ruedas. Pero en el caso de la pascalina, la computadora lo que está generando es otra computadora: una computadora virtual. Y esa computadora virtual, al contrario que un coche virtual, sí puede efectuar su tarea de forma real. Por este motivo los informáticos hablan de “emular” y no de “simular” en esos casos. ¿Pero por qué querría alguien usar una computadora para emular otra computadora? A pesar de que parezca un gasto innecesario de energía, es algo que tiene sus ventajas. Por ejemplo, al ser la computadora virtual[80] independiente del hardware de la computadora real, es posible crear el hardware virtual que uno desee, ajustándolo perfectamente al software que se vaya a ejecutar.

Así que las computadoras son increíblemente versátiles, tan versátiles que son capaces de generar un hardware virtual completamente funcional. Podríamos considerar que se trata de un hardware softwarizado, un hardware que está codificado en el propio software.[81] Esta capacidad nos abre una posibilidad alucinante: ¿es posible que una computadora pueda emular un cerebro humano? Imaginemos que un software sea capaz de generar un cerebro humano virtual con todo detalle, incluyendo sus sinapsis, impulsos eléctricos, procesos químicos, etc. Supongamos también que ese cerebro emulado sea tan perfecto que pueda pensar por sí mismo, produciendo sus propios pensamientos. ¡Una mente humana dentro de una computadora! ¿Pero es posible que esa mente emulada sea consciente? ¿Acaso no se produciría únicamente una mente zombi? Si creemos en las ideas de Searle, esa mente emulada sólo sería una simple simulación —y no una verdadera emulación— de los procesos mentales, un software que aparentaría ser consciente pero sin serlo realmente, una IA incapaz de sentir qualia. Si por el contrario creemos en la hipótesis de que la conciencia está generada por los procesos computacionales del cerebro, la reproducción de los procesos computacionales de un cerebro consciente tendría por fuerza que producir una mente consciente, aunque fuese una mente producida por un cerebro virtual.

Ahora imaginemos que existe la tecnología necesaria como para escanear la estructura molecular de nuestro cerebro con todo detalle, obteniendo así un fichero de datos. Y también imaginemos que existe un software que es capaz de interpretar ese fichero y crear con él una emulación completa de nuestra actividad cerebral. Este hipotético proceso se denomina transferencia mental, pues se estaría transfiriendo la mente de un hardware orgánico a uno artificial. Y si creemos en la hipótesis de que la conciencia está generada por los procesos computacionales del cerebro, podríamos hablar de un yo transferido, de una transferencia mental que ha producido un yo consciente. Se podría decir que el yo transferido es un caso especial de conciencia artificial, en donde la conciencia artificial procede de la emulación del cerebro de una persona determinada.

Mucha gente se muestra radiantemente optimista respecto a la idea de la transferencia mental al considerar que es un camino hacia la inmortalidad, ese viejo sueño de la humanidad. Si la transferencia mental fuera posible, un enfermo terminal podría escanear su cerebro y transferir su mente al cuerpo de un robot. Y aún en el caso de que ese robot se destruyera en un incendio, bastaría con coger una copia de seguridad de esa mente —es lógico pensar que todo aquél que se sometiera al proceso guardaría un par de copias de su mente en algún lugar seguro— y transferirla al cuerpo de otro robot. De hecho, esa persona podría cambiar de cuerpo tantas veces como quisiera, o incluso ocupar varios cuerpos a la vez. Y puede que hasta quisiera olvidarse de poseer un cuerpo capaz de interactuar con el mundo real y decidiera vivir en un mundo virtual, algo así como un cerebro en una cubeta, sólo que en este caso el cerebro sería también virtual. ¿Estaría el lector interesado en ser transferido al cuerpo de un robot si viera próxima la fecha de su muerte? Tenga en cuenta que según las reflexiones del capítulo anterior el yo no se puede conservar, y por lo tanto tampoco transferir, siendo el resultado del proceso un yo nuevo cada vez.

Como podrá haber intuido el lector, yo no me encuentro entre ese grupo de entusiastas, y no solo porque no crea en la continuidad del yo. Pienso que la transferencia mental es algo inquietante por muchos motivos. Como dije en el apartado anterior, una conciencia artificial podría ser muy vulnerable a los abusos por parte de personas malintencionadas. Uno podría esclavizarlas y obligarlas a realizar tareas intelectuales de todo tipo. Además, es probable que las mentes transferidas llegasen a ser muy valiosas. Por ejemplo, se podrían hacer experimentos de marketing con ellas, y si las empresas tuvieran una copia de la mente de alguien podrían saber exactamente qué productos le interesan y cómo vendérselos. Hay muchas posibilidades sombrías.[82] Claro que podríamos ser algo más optimistas, por ejemplo considerando que hubiese alguna forma de eliminar la conciencia de una mente transferida, zombificarla, y así obtener una mente con la que poder trastear sin remordimientos. Una copia zombificada de la propia mente podría ser algo muy útil, y por ejemplo podríamos hacer que esa copia leyera libros y películas por nosotros y luego los valorase, con lo que obtendríamos unas recomendaciones infalibles. Incluso podría crearse una red social en la que todo el mundo aportara una copia de su mente transferida, y en un gigantesco universo virtual esas mentes interactuasen con el fin de que un sistema calculara la compatibilidad entre dos usuarios de la red social, y así hacer amigos o encontrar pareja de una forma muy eficiente. Pero aún así yo creo que sería una posibilidad inquietante. ¿Estaríamos dispuestos a ceder una copia completa de nuestra mente, conteniendo toda nuestra intimidad y todos nuestros secretos? ¿Y si esa mente transferida se pudiera deszombificar? ¿Estaría el lector tranquilo sabiendo que quizás alguien ha deszombificado una copia de su mente y que ahora se encuentra sufriendo, secuestrada en alguna parte de internet?

El cerebro emulado por otro cerebro

 

La idea de una conciencia procedente de un cerebro emulado por una computadora puede ser confusa. ¿Quién sería realmente el sujeto consciente? Nuestro primer impulso es contestar que el sujeto tiene que ser la propia computadora, pues es el único sujeto que vemos. Pero la respuesta puede que sea mucho más compleja y extraña. En realidad, podría ser que la computadora no fuese consciente de manera directa, y sólo fuese el cerebro virtual generado por la computadora el que tuviese experiencias subjetivas. Y ahora veremos el motivo de este chocante planteamiento.

Primero vamos a realizar un experimento mental bastante demencial. Imaginemos que tenemos una capacidad intelectual sobrehumana que nos permite imaginar el funcionamiento de un cerebro humano con todo detalle, con todas sus neuronas, todas sus sinapsis y todos sus procesos electroquímicos. Así, al igual que una computadora podría generar un cerebro virtual, nosotros podríamos generar un cerebro imaginado. Y si la hipótesis de que la conciencia emerge de procesos computacionales es cierta, entonces ese cerebro imaginado podría ser consciente. ¡Un yo dentro de otro yo! Podríamos imaginarnos el cerebro de alguien y generar una conciencia independiente de la nuestra. Un ser consciente con unos deseos, pensamientos, sensaciones y rasgos de personalidad propios. Ese ser no sería simplemente un producto de nuestra imaginación, sería literalmente un ser que sintiera y experimentara por sí mismo. Eso nos puede recordar a la distinción que hemos hecho entre el coche y la pascalina: un coche virtual no es funcional, pero una pascalina virtual sí. Del mismo modo, imaginarse un coche no sería lo mismo que imaginarse un cerebro consciente con todo detalle. La emulación crearía un yo. ¡Un ser vivo creado por nuestros pensamientos! ¿Sería posible ser, literalmente, el sueño de alguien?

Es probable que el lector piense que la idea de un yo creado por los pensamientos de alguien es absurda, un disparate. Y ciertamente, es una idea que va en contra de toda intuición. Pero me gustaría que el lector pensara si la idea de un yo consciente emergiendo de un órgano compuesto de células que efectúan procesos eléctricos y químicos es menos contraria a la intuición que esta. Se mire por donde se mire, el Problema Duro nos muestra un abismo insalvable. ¿Acaso es más increíble una conciencia emergida de un proceso físico imaginado que una conciencia emergida de un proceso físico real? ¿Acaso es más increíble la conciencia de un cerebro emulado por otro cerebro que la conciencia del Espíritu en las Cuerdas? La relación entre la conciencia y lo físico parece crear un abismo contrario a la intuición, un abismo inexplicable y alucinante. Y si el lector ha entendido lo que implica ese abismo, la idea de que sea posible crear una conciencia virtual mediante la acción de imaginarse un hardware efectuando computaciones le parecerá igual de extraña que la idea de ser un organismo consciente, leyendo estas líneas mientras experimenta la sensación de estar vivo.

Y ahora, volvamos a las cuestiones que planteamos al principio de este apartado, pero sustituyendo la computadora por un cerebro humano. ¿Quién sería exactamente el sujeto que experimentaría la conciencia en un cerebro emulado por otro cerebro? ¿Cuántos yoes habría dentro del cerebro real? ¿Aparecería un nuevo yo independiente del anterior o por el contrario no se trataría más que una manifestación del mismo yo? Si nos imaginamos emulando un cerebro humano, la intuición nos dice que nuestro yo se mantendría ajeno a ese hipotético yo imaginado por nosotros, y por ese motivo hemos sugerido antes que la computadora que genera el cerebro virtual podría no ser el sujeto que siente las experiencias, sino sólo el mecanismo que crea el cerebro virtual —el verdadero sujeto consciente—. Claro que nuestra intuición también nos dice que es imposible que el Espíritu de las Cuerdas sea consciente, así como ese cerebro imaginado. Ya vimos en el apartado “El espíritu en las cuerdas” del capítulo quinto la confusa relación que mantiene la conciencia con el sustrato físico que la genera. ¿Dónde está la conciencia del Espíritu en las Cuerdas? ¿En las cuerdas mismas? ¿O acaso en los patrones que forman, siendo la relación entre la conciencia y la materia que forma esos patrones sólo una relación indirecta, accidental? ¿Y si el Espíritu en las Cuerdas lo que hace es crear un hardware virtual, siendo ese hardware virtual el verdadero sujeto consciente? ¿Y si nuestra conciencia fuese el producto de un hardware virtual creado por el hardware real de nuestras neuronas? ¿Podría provenir nuestra mente de una emulación producida por nuestro propio cerebro? Si lo pensamos bien, veremos que la idea de los diferentes niveles de nuestra mente está bastante relacionada con la idea de la emulación. Una emulación no es más que una interpretación a nivel alto de lo que está realizando un sistema a nivel bajo. Los procesos neuronales pueden crear redes de símbolos así como una máquina de Turing puede emular una red neuronal artificial.

Es interesante recordar en este momento el apartado “La habitación china” del capítulo quinto. Mucha gente argumentó que el sistema libro-operador era quien comprendía chino, no el operador. Searle les dijo que el operador podría memorizar el libro de reglas, y así ya no habría ningún sistema, tan sólo un operador de tarjetas capaz de conversar en chino sin comprender la conversación. Ahora podemos ver que el escenario que estaba sugiriendo Searle era en realidad una emulación, una mente —la del operador— emulando una computadora —el sofisticado libro de reglas conteniendo incontables algoritmos— con una IA capaz de conversar en chino. De esta manera el operador es capaz de no entender chino y sin embargo conversar en chino: el operador genera en su cabeza un sistema equivalente a una computadora ejecutando un programa conversacional, centrándose en los algoritmos a nivel bajo e ignorando las interpretaciones a nivel alto. Por lo tanto, quien entendería chino realmente sería esa especie de computadora virtual imaginada por el operador, siempre y cuando la IA de esa computadora virtual estuviera capacitada para entender chino y no simplemente para conversar en chino. Claro que no existe ningún ser humano capaz de realizar esa proeza, como tampoco existe ningún ser humano capaz de imaginarse un cerebro humano virtual capaz de pensar por sí mismo. La idea de un cerebro emulado por otro cerebro es sólo una posibilidad teórica, ya que es imposible que alguien tuviera esa gigantesca capacidad intelectual. Pero si la alguien la tuviera, nada le impediría emular un cerebro. ¡O incluso emular un cerebro que emulara a su vez otro cerebro!

La conciencia reflejada

Imaginemos un dispositivo que tiene la increíble capacidad de generar una réplica física exacta de nuestro cuerpo. Cada órgano, célula e incluso átomo de nuestro organismo está reflejado en la réplica. Además, la réplica está sincronizada con nosotros. Cada vez que levantamos la mano, la réplica levanta su mano. Cada vez que lloramos, la réplica llora. Si una neurona de nuestra corteza cerebral se despolariza, la neurona equivalente en el cerebro de la réplica también. Es una copia perfecta a todos los niveles, un reflejo tridimensional de nuestros cuerpos.

¿Sería consciente nuestra réplica? Por una parte, es indistinguible del cuerpo original, hasta el punto de tener el mismo cerebro realizando los mismos procesos, así que debería ser consciente al igual que nosotros. Por otra parte, los pensamientos de nuestra réplica son los nuestros. La réplica no piensa por sí misma, piensa exactamente lo que nosotros pensamos. ¿Habría dos seres conscientes o sólo uno? ¿Sería un asesinato apagar el dispositivo que sustenta a la réplica?

Vamos a modificar el experimento. El dispositivo ya no va a crear una réplica física de carne y hueso, sino un holograma, una réplica luminosa. Ya no hay células, moléculas o reacciones químicas reales en la réplica, sólo luces. Pero el detalle sigue siendo absoluto, y cada proceso de nuestro cuerpo, incluyendo cada proceso eléctrico y químico que acontece en nuestro cerebro, tiene su equivalente luminoso en el holograma. ¿Sería consciente ese holograma? ¿Apagar el holograma equivaldría a matar un yo?

Una última vuelta de tuerca: pongamos un espejo delante del holograma, de tal forma que cada cambio en el holograma por muy minúsculo que fuese se viera reflejado en el espejo. ¿Sería el reflejo consciente también?

Estos tres experimentos mentales hacen referencia a la hipótesis de que la conciencia emerge de un proceso computacional. Si sólo es cuestión de procesar información, se podría argumentar que tanto la réplica de carne y hueso como el holograma y su reflejo están realizando un procesado de información, aunque sea por imitación. ¿Por qué una conciencia iba a emerger de una computación real y no de una computación por imitación? ¿O acaso sería la misma conciencia vista desde otro lugar? ¿Dónde estaría esa conciencia en ese caso? ¿En el original, en la réplica o en ambos? ¿Tiene sentido preguntarse un "dónde"? ¿Tiene la conciencia un lugar físico concreto en el espacio? Si toda la información de un proceso computacional consciente aparece en una pantalla, ¿sería esa pantalla consciente también? Y si la información se escribe en una hoja de papel, ¿la hoja de papel sería consciente? ¿O es acaso la propia información —que en estos experimentos es copiada a varios lugares— la que sería consciente? ¿Quién es consciente exactamente? ¿El hardware? ¿La información? ¿El propio proceso?

El Espíritu en las Cuerdas

 

Ha costado mucho llegar hasta la cima, pero el esfuerzo sin duda ha merecido la pena. Desde aquí podemos ver a un ejército incontable de personas cubriendo toda la tierra hasta más allá del horizonte, creando un espectáculo hipnótico compuesto por los patrones que forman las cuerdas tensándose y destensándose bajo la luz del crepúsculo. A pesar de que esos patrones no tienen sentido para nosotros, sabemos que son literalmente los pensamientos del Espíritu en las Cuerdas. ¿En qué estará pensando ahora? ¿Estará realizando cálculos matemáticos? ¿Recitando poesía? ¿Recordando experiencias? Mientras observamos el oleaje que forman los tirones, nos preguntamos si sería posible distinguir los pensamientos por su apariencia general, sin necesidad de analizar cada tirón por separado. Quizás un patrón de tirones frenético correspondería a un pensamiento ansioso. Quizás unas oleadas rítmicas y armoniosas corresponderían a pensamientos alegres. ¿Y la conciencia? ¿Existiría alguna manera de saber si el Espíritu en las Cuerdas es consciente tan solo fijándose en la apariencia superficial del patrón de tirones? Mientras reflexionamos sobre estas cuestiones, nos damos cuenta de que hay un objeto extraño a nuestro lado. ¿Estaba aquí cuando llegamos a la cima? Se trata de un atril de madera con un libro encima. Saliendo del atril, dos enormes y largas cuerdas bajan por la ladera de la montaña hasta llegar al Espíritu en las Cuerdas, aunque no vemos exactamente el lugar en donde acaban. ¿Cómo es posible que no viésemos esas cuerdas durante la subida? Nos acercamos al atril y abrimos el libro. ¿Será un manual como el que tienen los operadores? ¿Así captará el Espíritu en las Cuerdas operadores nuevos? Nada de eso. El libro parece ser un manual para comunicarse con el Espíritu en las Cuerdas en una especie de código morse. Una cuerda sirve para emitir mensajes y la otra para recibirlos. El texto nos anima a decir lo que queramos, indicándonos que al Espíritu en las Cuerdas le encanta charlar sobre cualquier tema. Nos quedamos bloqueados. ¿Qué tema sería el más adecuado para tratar con un ser hecho de tirones de cuerdas? Decidimos que lo mejor será empezar con un simple “¿Buenos días, qué tal está usted?” y a ver qué pasa.

—¿Buenos días, qué tal está usted?

—Buenos días. Algo cansado, la verdad.

—¿Cansado? ¿Por qué?

—Acabo de subir una montaña, y no estoy acostumbrado a realizar estos esfuerzos. Mi vida es algo sedentaria.

—¡Oh! No había caído en que usted se pudiera mover. Quiero decir, no sé por qué, pero me lo imaginaba siempre en el mismo sitio. ¿Y por qué subió una montaña?

—Es curioso de explicar. Estaba yo paseando y me encontré con una multitud enorme de personas tirando de cuerdas, formando una red intrincada con ellas. En ese momento alguien me dijo que esa extraña coreografía era nada más y nada menos que una mente pensante hecha de cuerdas, y me dijo que si subía a la cima vería mejor el espectáculo. Por eso subí la montaña, y allí encontré un libro que explicaba cómo comunicarse con esa mente mediante una especie de código. Y mientras estaba planteándome qué decir, usted tiró de la cuerda primero, lo cual le agradezco mucho porque realmente no sabía cómo empezar esta conversación.

—...

—¿Hola? ¿Acaso he dicho algo que le haya molestado? ¿Sigue ahí?

Notas

 

[76] David Chalmers afirma que ha demostrado que la conciencia no superviene de lo físico empleando este mismo argumento. La prueba que aporta de que ese zombi neurológico puede existir es que él se lo puede imaginar. ¡Menuda prueba! La trampa está en el doble uso que hace Chalmers de la palabra “imaginar”. El argumento sólo funciona si uno se imagina al zombi de forma extremadamente meticulosa, pero en su argumento Chalmers lo imagina de forma muy vaga. Con un ejemplo se entenderá mucho mejor. Imaginemos que Chalmers afirma haber descubierto que es posible una máquina capaz de producir fusión fría, pero no ha construido ningún prototipo ni ha realizado ningún experimento real al respecto. Simplemente se la ha imaginado con todo detalle y ha deducido que era posible su existencia. ¡Un tipo listo! Bueno, nosotros no acabamos de creerle, pero admitimos que es posible, así que le pedimos algún plano de la máquina. Ahí nos damos cuenta de que Chalmers simplemente se está imaginado una máquina enorme con muchos botones capaz de producir fusión fría, pero sin entrar en más detalles. ¡El tipo no era tan listo! El razonamiento de Chalmers sólo funcionaría si alguien se imaginase un zombi neurológico con un detalle extraordinario, incluyendo todas las sinapsis y reacciones químicas del cerebro, implicando que posee un conocimiento sobre el cerebro mucho mayor que el de cualquier experto.

 

[77] El término “zombi” está muy extendido en filosofía de la mente, pero no así el término “marciano”. Normalmente este experimento mental se suele denominar “los qualia invertidos”, “el espectro invertido” o similar.

 

[78] Recomiendo —otra vez— al lector interesado el libro El error de Descartes de Antonio Damasio, donde encontrará una exposición muy detallada sobre este tema.

 

[79] Este escenario —que ya tratamos en el apartado “La continuidad negada” del capítulo anterior— está muy relacionado con una antigua paradoja conocida como El barco de Teseo: ¿si se reemplazan todas las piezas de un barco por otras nuevas, acabaremos con un barco diferente o no?

 

[80] El nombre técnico es máquina virtual.

 

[81] Ya vimos en el apartado "La máquina definitiva" del capítulo quinto que los algoritmos que ejecuta una máquina de Turing se pueden codificar en la cinta de unos y ceros. No obstante, se trata de un ejemplo de emulación algo confuso, entre otras cosas debido a que una máquina de Turing es más una abstracción teórica que un modelo de hardware.

 

[82] El lector interesado en esas posibilidades sombrías seguramente encontrará interesante el capítulo White Christmas de la serie británica Black Mirror.

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