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4-Descripciones

Dejando de lado el diccionario

 

Estamos a punto de llegar al capítulo quinto, el más importante del libro. Pero antes vamos a hacer un alto en el camino para intentar aclarar algunos conceptos especialmente relevantes. Y digo “intentar” porque definir unos conceptos tan abstractos y filosóficos como los que vamos a tratar en este capítulo es frecuentemente una tarea muy complicada. La mayoría pertenecen a esa clase de interesantes conceptos que todo el mundo parece entender pero que, sin embargo, se resisten a una definición formal, como “tiempo”, “realidad” o “verdad”. Si el lector intenta definir alguno de esos términos, es probable que acabe gritando: “¡Si todos sabemos a lo que me estoy queriendo referir! ¿Es esto necesario?” Y después de mucho esfuerzo, producir un par de líneas crípticas, densas y enrevesadas que no parecen cumplir con el objetivo de atrapar la esencia del término. Así que vamos a ahorrarnos ese sufrimiento cambiando las definiciones formales por descripciones informales, que a veces serán algo vagas, confusas o redundantes, y confío en que el lector que esperaba más seriedad y rigor en este punto me pueda disculpar.

Una descripción del yo

 

El yo es la entidad que sentimos que somos, el sujeto que siente nuestras experiencias. Pero no sólo nosotros somos un yo. Cada vez que tratamos con otro ser humano, damos por hecho que también hay un yo en su interior, un yo capaz de sentir como el nuestro. Incluso mucha gente diría que sus mascotas también son yoes. No obstante, todos los yoes son diferentes. Cada uno tiene una personalidad diferente, una serie de rasgos relativamente continuos en el tiempo, conformando una identidad. Eso quiere decir que Marta tiene un yo característico y diferente al de Susana, y que mañana lo seguirá teniendo. Cada yo está estrechamente vinculado a un cuerpo, un vínculo que se crea con el nacimiento y desaparece con la muerte. Es cierto que también se puede perder el yo en otras circunstancias, tales como desmayándose, pero se trata de una pérdida temporal, no definitiva.

Y hasta aquí la descripción informal, una descripción que no obstante tiene algunos puntos dudosos. ¿De verdad el yo está vinculado al cuerpo de manera permanente hasta la muerte? Ya vimos en el apartado “El cerebro y el mundo” que no todo era tan sencillo. La gente cambia. Nuestro yo actual no es el mismo yo que teníamos hace veinte años. ¿Pero es la diferencia entre nuestro yo actual y nuestro yo de hace veinte años equiparable a la diferencia entre el yo de Marta y el yo de Susana? ¿Se puede decir que nuestro yo de hace veinte años y nuestro yo actual son dos personas diferentes, en un sentido literal? ¿Hasta qué punto puede cambiar un yo sin perder su yoidad? Heráclito dijo: “Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos.”

Una descripción de la conciencia

 

La conciencia es una sensación. Se podría decir que es la sensación de estar vivo, o incluso —si somos tolerantes con las redundancias— la sensación de estar sintiendo. Cualquier tipo de sensación implica conciencia. Si alguien está sintiendo algo, sea lo que sea ese algo, es consciente en ese momento. No hay sensación sin conciencia, y no hay conciencia sin sensación. La conciencia es el estado de sentir, de tener experiencias subjetivas. El filósofo Thomas Nagel sugirió que algo es consciente cuando tiene sentido el experimento mental de imaginarse cómo sería ser ese algo. “¿Cómo sería ser un chimpancé?” es una pregunta con sentido porque existe la experiencia de ser un chimpancé. “¿Cómo sería ser una escoba?” no es una pregunta con sentido porque no parece existir la experiencia de ser una escoba. Las escobas, que sepamos, no sienten y por tanto no hay ninguna experiencia de sentirse siendo una escoba. Nuestra intuición nos dice que existe la experiencia de ser un chimpancé, un loro o un dentista pero no la experiencia de ser una escoba, un termostato o un árbol. La experiencia de ser una escoba y la de estar muerto es la misma experiencia: ninguna experiencia, lo que implica que no hay ninguna conciencia.

Una cosa notable de la conciencia es que la sentimos tan íntimamente que nadie nos puede convencer de que no la tenemos. Si alguien nos quisiera convencer de que nuestra conciencia es tan solo una ilusión, eso chocaría frontalmente con nuestra experiencia. No existe la ilusión de ser consciente, del mismo modo que no existe la ilusión de sentirse intranquilo. Si alguien cree sentirse intranquilo, es que se siente intranquilo. Esto sucede con cualquier tipo de sensación subjetiva, como sentir alegría, notar olor a naranja o encontrarse cansado.

La relación entre el yo y su conciencia

 

A pesar de que tienen elementos en común, el yo y la conciencia se refieren a cosas diferentes. La diferencia más importante es que mientras que el yo es un concepto que hace referencia a una identidad, la conciencia es un concepto que hace referencia a un estado. Empleemos una metáfora: imaginemos un trozo de cartón recortado con la forma de un árbol y una vela detrás. Si encendemos la vela, la sombra con forma de árbol aparece proyectada en la pared. En esta metáfora, la luz es la conciencia y el yo es la sombra. La conciencia es como un flujo que necesita ser aportado de manera continua para formar el yo. Si en algún momento se apaga la luz, el yo desaparece. Si se vuelve a encender la luz, el yo reaparece. Nosotros somos la sombra del árbol, y sin la luz, desaparecemos.

Una descripción de la subjetividad

 

La subjetividad hace referencia al hecho de que lo mental siempre está modelado, interpretado y configurado por el yo que genera ese contenido mental —de hecho, la palabra “subjetividad” está emparentada con la palabra “sujeto”, que es otra manera de referirse al yo—. Así que podríamos decir que la subjetividad es la omnipresente influencia del yo que impregna todos los fenómenos mentales. Por el contrario, la objetividad se refiere a la ausencia de influencia del yo. Por ejemplo, la puesta de sol es un fenómeno objetivo: ocurre independientemente de lo que piense Susana o Marta. Por el contrario, la alegría de Susana es un fenómeno subjetivo: eso implica que sólo Susana produce, interpreta y conoce ese fenómeno, estrechamente ligado a ella. Esa opacidad de los fenómenos mentales es una de las características más importantes de la subjetividad, y la que más trataremos. Los fenómenos subjetivos son inobservables, desconocidos e inaccesibles por todo el mundo a excepción del sujeto que los experimenta, situados en un ámbito íntimo, privado y personal. Desde el momento en que un pensamiento se pudiera hacer visible o público, esa subjetividad en cierto modo desaparecería.

Nuestro amigo nos señala una hermosa flor roja. Ciertamente, el color vivo e intenso de la flor merecía la pausa en el camino. Pero ¿será el color rojo que yo veo el mismo que ve mi amigo? Es en momentos como estos cuando nos damos cuenta de lo que es la subjetividad. Mi experiencia del rojo es privada, tan privada que incluso soy incapaz de transmitir lo que experimento. Los filósofos llaman inefabilidad a esa incapacidad de transmitir algo con palabras. Puedo comunicar a alguien que estoy contemplando el color rojo, pero no puedo comunicar lo que siento y experimento al contemplar el color rojo. Ahora imaginemos que nuestra mascota ha fallecido recientemente y le decimos a nuestro amigo que estamos realmente abatidos, pero tenemos la sensación de que nuestro amigo interpreta nuestro estado como una tristeza ligera, y no como la gran tristeza que experimentamos, y le decimos: “sabes, no es que esté un poco triste, es que estoy triste de verdad, triste en extremo, apreciaba de verdad a ese perro.” Nuestro amigo podrá hacerse una idea, pero no sabrá exactamente la intensidad o incluso la forma en que nosotros experimentamos nuestra tristeza. Se produce la misma frustración al intentar explicar a un sordo de nacimiento lo que es la música. ¿Llegaremos algún día a poder comunicar una experiencia subjetiva? Quién sabe, igual en el futuro se inventa una máquina que sea capaz de registrar el proceso cerebral que se desencadena al contemplar el rojo e inyectar ese registro a otro cerebro para que sienta exactamente la misma experiencia. O quizá un neurocientífico llegue a comprender el cerebro humano tan bien que pueda saber perfectamente lo que se siente al ver un color determinado aún sin haberlo visto jamás, simplemente conociendo la longitud de onda del color en cuestión. Esta última idea se conoce como La Habitación de Mary y es un famoso experimento mental escrito por Frank Jackson. Mary es una neurocientífica que comprende al cien por cien los colores a nivel físico y biológico pero nunca los ha observado debido a que se ha criado en una habitación cerrada en donde todos los objetos son blancos o negros. El debate consiste en si Mary aprenderá algo nuevo o no cuando vea el rojo por primera vez en su vida. Es un experimento mental interesante, pero contiene una trampa en la que es demasiado fácil caer. Mucha gente concluye sin vacilar que Mary aprenderá algo nuevo sobre el rojo porque se imagina a una Mary poseyendo un conocimiento físico y biológico sobre la percepción visual equiparable al actual, un conocimiento que todavía no puede explicar la experiencia consciente de ver el rojo. Y es lógico imaginarse a una Mary así, porque es imposible imaginársela de otra manera. ¿Cómo podríamos imaginar a alguien que “comprende al cien por cien los colores”, si nosotros no tenemos ese conocimiento? Nadie puede entender lo que implica la expresión “comprende al cien por cien los colores” porque nadie ha alcanzado ese entendimiento tan elevado. Quizá alguien que sabe todo acerca de los colores conocería tan bien la conciencia, el cerebro y la mente humana que no podríamos ni llegar a imaginar lo que supondría tener un conocimiento así.

Una descripción de la autoconciencia

 

La autoconciencia consiste en percibir la propia individualidad, reconocerse a sí mismo, saber que uno es un yo. ¿Hay alguna relación entre la autoconciencia y la conciencia? En principio, no mucha. Es posible imaginarse a un robot sin conciencia pero capaz de reconocerse a sí mismo, y por el contrario es posible imaginarse a un animal consciente pero incapaz de reconocerse a sí mismo. Tener conciencia implica sentir experiencias, mientras que tener autoconciencia implica poseer un determinado conocimiento. No obstante, existen algunas hipótesis que afirman que la autoconciencia y la conciencia son conceptos que están asociados de alguna manera.

Cuando se habla de autoconciencia es casi obligatorio mencionar un famoso experimento que consiste en colocar una marca en la frente de un animal y ponerle delante de un espejo. Si el animal reacciona de alguna manera ante la marca —por ejemplo, tocándose la frente con la mano— se supone que ese animal es capaz de reconocerse en un espejo y por tanto es autoconsciente. Ese “test del espejo” lo han superado elefantes, chimpancés, orangutanes, bebés humanos de 18 meses, delfines, orcas y urracas. ¿Qué nos dice este experimento sobre la mente del animal? Se diría que superar el test es un indicio de cierta capacidad intelectual, pero en principio no parece decirnos nada acerca de la conciencia.

Una descripción de la atención

 

La atención es el sistema psicológico que administra y gestiona los recursos mentales disponibles. De esta manera, puede decidir entre ignorar un estímulo o analizarlo, o decidir si nuestras energías intelectuales van a estar concentradas en una sola tarea o repartidas entre varias. Y sobre todo, decide si un contenido mental va a ser procesado de forma consciente o inconsciente, teniendo en cuenta que la conciencia es un recurso muy limitado. Sólo una minoría de los procesos mentales llegarán a ser conscientes. El resto se ejecutará en segundo plano, silenciosamente. Se podría decir que la atención es el guardián que vigila la puerta de entrada a la conciencia, o quizás el operario que controla un foco de luz en un oscuro escenario de teatro. Durante la obra lo único que percibe el espectador es la zona iluminada, mientras que la zona oscura no existe para él, está fuera de su experiencia y de su mundo. Sin embargo, eso no significa que la zona oscura sea poco importante. Puede que en esa zona estén trabajando operarios fundamentales para el buen desarrollo de la obra. Pero son elementos que el espectador no necesita percibir, elementos que cumplen sus funciones sin necesidad de la experiencia consciente.

 

A pesar de que el concepto pueda parecer sencillo, encierra más problemas de los que aparenta. Imaginemos que estamos en un museo contemplando las vigorosas pinceladas de un cuadro de Van Gogh. En ese momento nos percatamos de que suena Bach de fondo, y la música nos parece tan hermosa que nos olvidamos de la pintura. Nuestra mirada sigue posada en el lienzo, pero nuestra mente está en otra parte. El foco se ha movido. ¿Pero quién lo ha movido? Ahora imaginemos que estamos en una fiesta con mucho ruido de fondo, centrados en nuestra conversación, y en un momento dado alguien menciona nuestro nombre —sin gritar, simplemente lo menciona en su propia conversación— y nos giramos para ver quién ha sido. ¿No es muy curioso que nuestro cerebro haya sido capaz de notar que nuestro nombre ha surgido en una conversación ajena, a la que aparentemente no prestábamos la menor atención? El efecto cocktail party —así se conoce a este fenómeno— parece implicar que los mecanismos inconscientes de nuestro cerebro estaban procesando el ruido de fondo de la fiesta, un ruido que en apariencia no había penetrado en nuestra mente. Y no sólo lo estaban procesando de manera superficial: lo estaban procesando hasta el punto de discriminar palabras y analizar significados, avisándonos en el momento en que un significado se ha juzgado como importante. ¿Pero quién nos ha avisado? ¿Quién ha juzgado? ¿Quién maneja el foco en el escenario? No parece que hayamos sido nosotros, puesto que no éramos conscientes de esos sonidos. La sensación es que nuestro yo sólo ve la zona iluminada, pero el resto de nuestra mente es capaz de penetrar en la oscuridad.

Una descripción de lo inconsciente

 

Nuestro contenido mental inconsciente[17] es aquel que no ha sido captado por nuestro yo. Es la parte oscura del escenario, el conjunto de procesos que tienen lugar en nuestro cerebro pero que sin embargo no experimentamos ni conocemos, estando totalmente fuera de nuestro mundo subjetivo.

A pesar de que el inconsciente no forme parte de nuestra experiencia, parece un elemento crucial de nuestra mente. La mayor parte de nuestros procesos se ejecutan en esa región oscura y silenciosa, sin ningún espectador que los observe. ¿Qué papel tiene el inconsciente en el yo? ¿Por qué nuestra mente y todas las que conocemos contienen regiones inconscientes?

Notas

 

[17] Temo que cada vez que uso la palabra “inconsciente” el lector piense que me refiero al psicoanálisis, pseudociencia que por desgracia sigue vigente en nuestros días. En ningún caso pienso en el psicoanálisis cuando menciono esa parte poco accesible de nuestra mente, a la que los psicoanalistas se suelen referir con la palabra “subconsciente”.

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