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12-Muerte y continuidad

El problema del teletransportador

 

El punto de partida de este capítulo es un problema al que llamaremos problema del teletransportador. Imaginemos un aparato formado por dos cabinas unidas por un tubo y un cable. En la primera cabina —en adelante, cabina A— una computadora escanea la estructura molecular del objeto de manera completa y exhaustiva. Una vez realizada esa tarea, procede a desintegrar todas las moléculas escaneadas y las manda por el tubo. Paralelamente, envía por el cable la información relativa a la estructura molecular. Tanto las moléculas como la información son recogidas por la segunda cabina —en adelante, cabina B— donde otra computadora reintegrará las moléculas respetando rigurosamente la estructura.[75] No hace falta decir que este ingenio tan típico de las historias de ciencia-ficción sería de gran utilidad, y no sólo para transportar objetos inanimados sino también para transportar seres humanos, como sucede en La mosca y en Star Trek. ¿Pero usted se sometería a ese proceso? Mucha gente se ha dado cuenta de que ese proceso en apariencia inocente podría tener consecuencias funestas. ¿Acaso lo que hace ese teletransportador no es más que asesinar a la persona que entra en la cabina A y crear una nueva persona idéntica a la original en la cabina B? ¿Es el yo que entra en la cabina A el mismo que sale de la cabina B?

Para ilustrar mejor ese problema se suele alterar un poco el experimento. Modifiquemos nuestro teletransportador de manera que las moléculas no tengan ya que viajar por el tubo. De esta manera, la computadora analizaría nuestra estructura molecular, nos desintegraría, enviaría la información relativa a nuestra estructura a través del cable, la computadora de la cabina B recogería una serie de moléculas de un depósito y las integraría en función de la estructura enviada. En esta versión del experimento las moléculas habrían cambiado, pero eso no nos debería importar, puesto que las moléculas son totalmente idénticas e impersonales. Una molécula de H2O es igual a otra molécula de H2O. Al fin y al cabo, cada día millones de nuestras células se mueren y se van reemplazando por otras. ¿He conseguido que se entienda el problema? Si no es así, podemos probar a exponerlo de una manera algo más dramática. Imaginemos que entramos en la cabina A. Sentimos las cosquillas del escáner y esperamos a que el rayo láser nos desintegre. Pero el rayo falla. Y mientras nuestro cuerpo se reconstruye en la cabina B seguimos estando en la cabina A, a la espera de ser desintegrados. Mientras vemos por una pantalla que una copia de nosotros mismos sale alegremente de la cabina B, el técnico de reparaciones nos está diciendo “un momento, por favor, no se mueva, en unos momentos será desintegrado, no tiene nada que temer”. Y supongo que ya no es necesaria mayor dramatización.

Hemos alterado el experimento original dos veces. Tenemos así tres versiones diferentes, siendo la segunda más inquietante que la primera y la tercera más que la segunda. Pero yo diría que la tercera versión es la más inquietante simplemente porque expone mejor el problema. Tenga la amabilidad el lector de regresar a la primera versión y vuélvala a leer. ¿Hay realmente diferencias sustanciales entre la primera y la última? ¿Estaría usted más tranquilo en la primera versión? Realmente, en todas las versiones del experimento aparece el mismo problema. Lo que sucede es que la tercera versión logra llegar a todos por una razón, y es que crea dos yoes simultáneos. Está claro que nosotros somos nosotros y no la persona que estamos viendo por la pantalla, por mucho que se nos parezca. ¿Pero qué diferencia hay entre la copia que estamos viendo por la pantalla en la tercera versión y la copia que sale por la cabina B en la primera versión?

El perturbador experimento del teletransportador parece comprometer la continuidad del yo, podríamos decir. ¿Pero en qué momento lo compromete y por qué causa exactamente? ¿Es por la distancia entre las dos cabinas? ¿Es por la pérdida momentánea de la estructura? Imaginemos que preferimos viajar en avión en lugar de usar la máquina de teletransporte de la primera versión. En el proceso también moveríamos todas nuestras moléculas del punto A al punto B, sólo que de una forma más ordenada, conservando la estructura molecular en todo momento. ¿Pero por qué la pérdida momentánea de la estructura tendría que afectarnos, si el resultado final va a ser el mismo? Imaginemos que todas nuestras moléculas se separan un milímetro unas de otras durante un milisegundo y después vuelven a su posición original, como si de pequeñas pulgas saltando se tratase. ¿Tendría sentido pensar que hemos muerto durante el proceso, ocupando una copia idéntica nuestro puesto? ¿Habríamos perdido para siempre nuestro yo por culpa de un salto minúsculo? ¿Y cómo podemos demostrar que hemos perdido algo durante el salto, si seguimos siendo los mismos?¿No estaremos hablando del alma otra vez?

Copias

 

¿Pero por qué solo los yoes son vulnerables a las copias? ¿Por qué este problema aparece exclusivamente en relación a seres conscientes y nunca en relación a objetos inanimados? Imaginemos que un ser sobrenatural sustituye nuestra nevera por una copia idéntica, siendo la sustitución instantánea. La nevera original desaparece y aparece una copia idéntica en su lugar. Y lo mismo con nuestra computadora, nuestra lámpara, nuestros libros o nuestro plato de arroz. ¿Pasaría algo? No, en absoluto. Sería un hecho totalmente irrelevante. Incluso podríamos dudar de si es realmente un hecho. Yo podría tocar con una varita un objeto y declarar que acabo de reemplazarlo por una copia idéntica. La gente diría que les estoy tomando el pelo, pues se trata de algo absurdo. Curiosamente, ese hecho tan irrelevante sería muy inquietante aplicado a seres conscientes. Imaginemos que un ser sobrenatural dice que va a reemplazar a nuestra mascota por una copia idéntica. O a un familiar. O a nosotros mismos. Ahí ya nos pondríamos nerviosos y sentiríamos que hay algo perturbador en ser reemplazado por una copia idéntica. Todo el mundo siente que someter un yo a un proceso de copia-sustitución es equivalente a matarlo. En el fondo, lo que plantea el problema del teletransportador es si un proceso de desintegración-integración es equivalente a un proceso de copia-sustitución. Pero es el problema que plantea el proceso de copia-sustitución el verdadero quid de la cuestión. El problema profundo es por qué sólo los yoes son vulnerables al proceso de copia-sustitución. La historia del teletransportador sólo sirve para ilustrar y entender mejor el problema. ¿Cómo puede ser que un proceso de copia-sustitución no genere ningún tipo de consecuencia en el mundo real pero al mismo tiempo lleve aparejada la muerte de un ser consciente? ¿Significa esto que los yoes no pertenecen al mundo real? ¿Somos almas?

Pensemos en lo que implica crear una copia fielmente exacta de nosotros mismos a todos los niveles. Implica una copia de cada neurona, de cada conexión, de cada molécula de neurotransmisor. La copia tendría nuestra misma estructura cerebral, y por tanto nuestra misma personalidad y nuestros mismos recuerdos. Eso quiere decir que lo último que recuerda la copia que sale de la cabina B en la tercera versión del teletransportador es meterse en la cabina A. La copia no tendría la impresión de ser una persona recién creada, sino la de ser la misma persona que entró en la cabina A. Una copia ni siquiera tiene por qué saber que es una copia. Nosotros mismos podríamos haber sido sometidos a un proceso de copia-sustitución mientras dormíamos y ni siquiera nos habríamos dado cuenta. De hecho, cuando dormimos perdemos nuestra conciencia durante un lapso de tiempo —durante el sueño sin ensoñaciones, ya que cuando soñamos sí hay una experiencia consciente—, de la misma manera en que la persona que entra en el teletransportador de la primera versión pierde la conciencia durante el transporte de sus moléculas desestructuradas por el tubo. Así que si alguien ha conjeturado que lo que causa la pérdida del yo en el teletransportador es ese momento de inconsciencia, la mala noticia es que dormir también causaría una pérdida del yo. ¿Es el yo que se acuesta el mismo que se levanta?

La continuidad negada

 

¿Cual es la solución a todos estos problemas? Hay una excelente hipótesis capaz resolver todas las dudas, aunque a muchos les parecerá totalmente ridícula. Se trata de la idea de que el yo no es continuo ni estable. Somos un yo, pero en seguida seremos —o mejor dicho, otro será— otro yo diferente. Es una idea que comparte Derek Parfit, o al menos eso parece sugerir en su libro Reasons and Persons. ¿Pero entonces, es razonable el miedo que siente el individuo al introducirse en la cabina de teletransporte sí o no? La hipótesis del yo discontinuo da una contestación agridulce: no es razonable, pero no porque no se produzca una pérdida del yo, sino porque la pérdida del yo se producirá inevitablemente, con teletransportador o sin él. De hecho, ni siquiera tiene sentido hablar de pérdida del yo. El yo no es algo continuo, así que no se puede conservar.

Es una hipótesis algo difícil de creer, pero que puede responder de un plumazo una cantidad considerable de preguntas. ¿Qué tienen de especial los seres conscientes en relación a un proceso de copia-sustitución? Nada: como el yo no es continuo no hay nada que se pierda en un proceso de copia-sustitución. ¿Se transporta el yo durante el teletransporte? No, porque el yo no es algo que permanezca de modo fijo, por lo que la pregunta tiene tan poco sentido como preguntar si se transporta la felicidad de alguien mientras viaja en tren. La sensación de que el yo es continuo es una creación de nuestro cerebro causada en parte por nuestra memoria, que se encarga de componer una historia vital uniendo nuestros antiguos yoes con el presente. ¿El yo de la persona que entra en la cabina A continúa en el yo de la persona que sale de la cabina B o en el yo de la persona que se desintegra en A? ¡Ninguna de las dos! No hay continuidad. ¿Hubo dos Charles Whitman, uno antes del tumor y otro después del tumor? ¿A dónde fue el anterior Charles? ¿De dónde salió el nuevo? ¿Quién fue el auténtico? Charles Whitman no fue uno ni fueron dos. En cierto sentido, hubo muchos Charles. El yo de alguien se crea cada vez que hay un pensamiento consciente, en base a la configuración mental que se tenga en ese momento. El yo es como el río de Heráclito: la permanencia sólo una ilusión. Al igual que no tiene sentido pensar si la felicidad que sentimos ahora es la misma que sentíamos ayer, no tiene sentido pensar si el yo que somos ahora es el mismo yo que fuimos ayer.

Es probable que muchos lectores se nieguen a aceptar esta hipótesis, y por el contrario crean en hipótesis alternativas, como la hipótesis de que el yo de alguien es continuo a no ser que un hecho lo suficientemente invasivo —como la aparición de un brote esquizofrénico o el crecimiento de un tumor como el de Charles Whitman— cree un corte abrupto en la continuidad. ¿Pero a qué consideramos “suficientemente invasivo”? ¿Dónde establecemos el límite? Como vimos en el apartado “El cerebro y el mundo” del capítulo segundo, el cerebro continuamente está cambiando su configuración en base al ambiente que lo rodea. Simplemente el hecho de experimentar y aprender cambia la estructura cerebral, por lo que esta hipótesis contendría muchos problemas. Por lo tanto, quizás otros lectores prefieran creer en la hipótesis de que el yo de alguien es continuo desde el nacimiento hasta su muerte, a pesar de todos los cambios cerebrales que pudieran producirse. En este caso, les propondré un experimento mental. Imaginemos que nos encontramos en un futuro en donde todo el mundo que quiera puede convertirse en un cyborg. Así, un día nuestra pareja decide sustituir sus piernas biológicas por una sintéticas más fuertes y robustas. Al mes siguiente, decide cambiar su ojos por unos capaces de percibir colores fuera del espectro visible humano. Posteriormente decide sustituir su área cerebral del lenguaje por una que ya viene con conocimientos de chino y ruso integrados. Y así, poco a poco, un día nos damos cuenta de que nuestra pareja es íntegramente un robot, sin ninguna parte humana. En ese momento nos asalta con tristeza el sentimiento de que nuestra pareja, en cierto modo, ha desaparecido. Podemos hacer incluso un experimento mental en el que la sustitución sea más sutil. Por ejemplo, imaginemos que a cada trillonésima de segundo se produce un proceso de copia-sustitución en una de las moléculas de nuestra pareja. De esta manera, algún día nuestra pareja acabaría siendo una copia exacta, implicando que su yo ha desaparecido en algún momento. ¿Pero en qué momento exactamente? ¿El yo puede desaparecer gradualmente? ¿Hay alguna diferencia entre reemplazar poco a poco el cuerpo de un ser humano y hacerlo de golpe como en la segunda versión del teletransportador? Es difícil responder a estas cuestiones si uno cree que el yo es algo continuo.

La muertes del yo

 

Es comprensible que mucha gente se resista a creer en la hipótesis del yo discontinuo, pues es una hipótesis altamente perturbadora. Nos dice que estamos muriéndonos constantemente. Estamos siendo reemplazados por copias en cada instante, perdiendo nuestro yo en cada reemplazo. ¿Pero por qué no nos damos cuenta de esas muertes? Por una parte, nuestra vida es como la versión primera del teletransportador y no como la versión tercera: siempre hay un solo cuerpo y un solo yo, y nunca estamos cara a cara con nuestras copias. Por otra parte, es imposible sentir la pérdida del yo, ya que la muerte es algo que uno no puede experimentar. Uno puede sentir que se está muriendo, pero no sentir que está muerto. Sólo nos podemos sentir vivos. Así que el yo presente es el único que puede ofrecer testimonio, el que experimenta estar vivo y consciente en este momento. Los yoes que desaparecieron no pueden dar su opinión sobre lo que ha pasado.

Desde luego, ver la vida a través de ese cristal es una experiencia curiosa. Verse como entidades efímeras en la cresta de una ola, siendo la vida un conjunto de momentos fugaces que pertenecen a otros, excepto el breve momento fugaz actual, el que pertenece al yo que se halla en la cresta de la ola. ¿Merece la pena esforzarse por algo, sabiendo que dejaremos de existir en un instante? ¿Merece la pena vivir sabiendo que nuestra muerte es inminente y lo único que quedará de nosotros es una herencia en forma de cuerpo para nuestros yoes futuros? Quizás necesitamos algo de altruismo para vivir bajo esta hipótesis. Estamos donde estamos gracias a todos los sacrificios y esfuerzos que hicieron nuestros yoes anteriores, por lo que quizás deberíamos esforzamos y sacrificamos por nuestros yoes futuros en la misma medida. No obstante, la verdad es que no creo que sea necesario ese altruismo para motivarse. La sensación de la continuidad es tan poderosa que incluso creyendo en la hipótesis del yo discontinuo uno siente que es siempre el mismo individuo, algo que como ya he dicho está causado en gran parte por el efecto de la memoria.

Las sombras del yo

 

Me gustaría recuperar la metáfora de la vela que apareció en el apartado “La relación entre el yo y su conciencia” del capítulo cuarto: al igual que las luces crean sombras, la conciencia crea yoes. Un yo es una figura creada por la conciencia. Cada vez que la conciencia se apaga, por ejemplo durante un desmayo, el yo desaparece. En este mismo apartado dije que si la palabra “conciencia” describe un estado mental, la palabra “yo” describe una identidad. ¿Y qué tipo de identidad puede crear un yo discontinuo? En la metáfora, la identidad es la forma de la sombra. Una pirámide arroja una sombra característica, diferente a la forma que arrojaría una esfinge, por ejemplo. Del mismo modo, el cerebro de un fóbico social creará un un yo tímido y el cerebro de un pesimista creará un yo triste. Así como cada curva y ángulo de un objeto repercute en la sombra que arroja, cada conexión neuronal da lugar a un yo particular. Si el objeto cambia, la sombra cambia. Si el cerebro cambia, sea por el conocimiento adquirido, por una droga o por una lesión, el yo cambia. ¿Pero y si el objeto no cambiase? ¿Cambiaría la sombra? A pesar de que la silueta sea la misma y por tanto afirmemos que la sombra es la misma, la sombra es en cierto modo un ente efímero, creado a medida que la vela va emitiendo luz. De la misma manera, dos personas iguales son en cierto modo idénticas y en cierto modo distintas: por un lado, una copia idéntica de nuestro hijo es exactamente igual al original por definición, y por otro lado, si nos oponemos a que nuestro hijo sea reemplazado por una copia idéntica tendremos que admitir que en el fondo alguna diferencia tiene que haber entre los dos, pues no nos da igual uno que otro. ¿Pero por qué no nos tendría que dar igual, si hablamos de dos personas idénticas? ¿Y del mismo modo, por qué nos tendría que importar ser sustituidos por una copia? ¿Por qué iba nuestro yo a desaparecer si todo va a ser exactamente igual? ¿Si la sombra es la misma, por qué nuestro yo no iba a ser el mismo?

Notas

 

[75] Algún lector podría pensar que obtener la información exacta de la estructura de un organismo es imposible, ya que a escalas muy pequeñas se producen incertidumbres cuánticas. Eso podría dar lugar a una larga y compleja discusión, pero afortunadamente no será necesario. Basta con pensar en que las moléculas de un objeto se mueven constantemente de manera natural, produciendo cambios mucho más grandes que los que podría producir cualquier incertidumbre de tipo cuántico.

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